Con motivo del 60 cumpleaños de una de nuestras ilustres del papel cuché -a la que no recuerdo más oficio que el de anunciante de bombones y pavimentos-, un periódico de primera fila dedicó una página entera a loar las virtudes –olvidando siempre los defectos- de tan elegante señora.
Y lo cierto es que no solo me pareció una cursilería más propia de otro siglo que no del que estamos viviendo, sino el regreso al alegato de mujer florero que se promulgaba en aquellos libros de ciudadanía que estudiaban nuestros padres y que hoy parecen tan desfasados. El cronista que suscribía ese catálogo de alabanzas valoraba de ella la discreción, saber estar y el arte del silencio, además de ser la madre perfecta de sus cachorros. Que vestía con elegancia los trajes carísimos que su alto poder adquisitivo le permitía adquirir sin esfuerzo.
Me resisto a creer que este modelo de mujer siga en boga, sobretodo por las limitaciones que impone a la propia liberación del género que tanta lucha está costando. Pero es así, y no solo en estas esferas. En las casas reales se sigue promocionando un modelo femenino de sumisión, que necesariamente debe ser de pasado impoluto y de pocas palabras. Que dañinos son estos modelos que promueven a la mujer como mera espectadora de la realidad y no como artífice de la misma.
Cuando se alaba la discreción de la mujer se veta su participación en la sociedad. La mujer que protesta, patalea y lucha contra el convencionalismo no está bien vista. El hacer ruido en defensa de los propios derechos y de los ajenos no nunca es definitorio de mujer modélica y madre perfecta. ¿Acaso la mujer que limpia los restos de orín en los trece cuartos de baño de la que justo celebró su aniversario no merece el calificativo de elegante? A mi entender, incluso más…! Pero que lástima que siga imperando el clasismo como parámetro de la elegancia.
Protesto. Porque me indigna que se boicotee a la mujer que piensa, propone, dirige o gobierna con mano firme. Porque me indigna que se consideren como intrusas a todas aquellas que desafiaron posiciones tradicionalmente ocupadas por hombres. Porque me indigna que se dediquen páginas a las musas del braguetazo y únicamente breves a las que se pelean con la vida diaria con voluntad de cambiar las cosas. Nuestra sociedad, nos guste o no, es así, aunque por suerte mantengo la esperanza que las nuevas generaciones serán capaces de enterrar definitivamente estos modelos.
Por Neus Vallara